Vísperas de regreso

¡Kalimera! rugen motos y coches como gallos al amanecer. Un ejército de indigentes y olvidados en busca de refugio siguen durmiendo sobre aceras y bancos rencorosos, apurando horas de sueño antes de volver a despertar en el envés del paraíso. ¡Perra suerte! Pero la ciudad no especula como antaño: el calor, los autobuses, los negocios y las horas se abren paso a codazos, vigorosos, estridentes, a uñas. Los vagones del metro abren sus bocas lubricadas para que entren o salgan miles de corazones heridos en pos de una cura. Los gatos peripatéticos observan con bigotes desdeñosos tanto afán sin nombre , tanta pasión en ascuas. Next Station: Sintagma, y las fauces del metro vomitan pétalos jugosos, tiernos tallos, añosos sarmientos en forma humana. Vibra la calle, el aire restalla; a falta de puentes, la vida aguarda alerta al borde de las aceras esperando su oportunidad para cruzar sin ser atropellada y, contra todo pronóstico, tiene suerte, esquiva taxis asesinos y órdenes de detención e internamiento, entra en un portal, en un café, salta, ríe, llora y sufre, hasta que vuelve a jugársela de la mano de otra criatura semejante para seguir viviendo hasta el próximo cruce.

Desde hace siglos, se disputan  la ciudad olvido y memoria, día tras día. El olvido echa escombros a paladas sobre las ruinas, las razas malditas, los hijos del desierto, el mármol amputado, pero es terca la asmática memoria: fiel e incansable, asoma su nariz rota al agua salada de la vida, trepa por las raíces blancas hasta el piso de las plazas y cruza las avenidas con su mirada oscura y sus manos  abiertas al sol. ¡Kalinista!

Miguel Ángel Prieto

Comentarios