La indiferencia mata

     La indiferencia mata. La indiferencia ante la injusticia y la barbarie evitables mata a las víctimas. Y destruye al indiferente o al cínico contemplador del crimen, pues le arrebata su conciencia y le vuelve acémila, animal de carga.

     Como ante otras catástrofes remediables, ante el sufrimiento de los refugiados hacia Europa, los ciudadanos de este continente han claudicado de la rebeldía y de la acusación contra los desmanes y los crímenes de los dueños del mundo. La violencia contra el planeta y contra los débiles está instituida, es el mecanismo por excelencia de los poderosos para ejercer su control sobre el resto. Rapiña y violencia, por tanto: beneficios. Ese es el credo, el objetivo.

     La resignación y el cinismo se han adueñado de los ciudadanos corrientes que, petrificados, miramos sin reaccionar cómo se multiplican los desmanes. Y están ganando la partida a la solidaridad y al compromiso con la justicia.

     Si la ciudadanía se negara a caminar con los ojos tapados, se atreviera a mirar de frente la verdad simple y desnuda de este regreso a la barbarie y de esta derrota de la dignidad, descubriría horrorizada que está sirviendo a criminales o a sus lacayos complacidos y acabaría con ellos. De un plumazo. Pero aún no se ha llegado al punto crítico, al número suficiente de personas para que el agua rebose y ya sea imparable. ¿Llegaremos algún día?

     Mientras tanto, miramos a otra parte. Para dormir tranquilos y continuar con nuestros planes, nos convencemos de que la tragedia de los refugiados es una calamidad inevitable e inmanejable, un designio de fuerzas sobrehumanas contra las que no puede combatirse. Sabemos que es mentira, que juntos, obligaríamos a cambiar las cosas, aunque no fuera de la noche a la mañana.

     Mañana podríamos empezar a hacer algo. A abrir los ojos, siquiera, a preguntarnos cómo podemos luchar contra este lento exterminio; a evitar que se olvide, a darle voz en nuestro entorno, a combatir los prejuicios y a hacer pedagogía del acercamiento; a contactar con ongs y asociaciones que trabajan por su causa, a multiplicar nuestra fuerza. Para que en sueños ningún niño nos señale con el dedo: "cómplice".

Comentarios

  1. Aplaudo, vosotros ya habéis comenzado.
    A ver si con el ejemplo se multiplica nuestra ayuda como seres humanos que somos.Saludos y bendiciones.

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